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Conoce como empezó esta maravillosa aventura en la selva del Amazonas, donde todo comenzó como un sueño que ahora se convirtió en un proyecto de vida.

Lee con atención la historia contada directamente por Jhony Ochoa, CEO de Siempre Colombia.

El llamado de la selva

Vista aérea del río amazonas en la selva plan amazonas semana santa

25 años atrás, en la edad donde el corazón y el alma están vibrantes y llenos de ilusiones e historias por vivir, me encontraba liderando un buen proyecto en la gran ciudad.

Una llamada telefónica bastó para entender que era el tiempo para ese encuentro que siempre había anhelado, con el que soñé desde niño, ese acontecimiento que sabes desde siempre que cambiara positivamente tu vida y que te dará la oportunidad de trascender.

Es así como un 24 de abril de 1997 desde la ventana del avión que me llevaba a mi destino, posé la mirada por primera vez en el majestuoso, imponente y a su vez intimidante tapete verde de la selva amazónica.

Mis emociones no se hicieron esperar, recuerdo que lo primero que pensé fue «qué inmensa es» y sentí un gran alivio.

Inmediatamente le di gracias a la naturaleza, al planeta, a mis ancestros por la maravilla que con mis ojos veían, que en el fondo de mi ser sentía como parte de mí y de mi futura historia.

Sobre el medio día, al aterrizar en Leticia, descubrí una población vibrante, con gran movimiento comercial, un clima cálido, demasiado para mi gusto y mi estilo citadino, pero que al tiempo me confirmaba que ya me encontraba en el lugar más biodiverso del planeta la selva del Amazonas.

En el aeropuerto me recibió Linder Pizco un joven indígena Tikuna cuya edad rondaría por los 22 años, con una timidez natural y al mismo tiempo una gran sonrisa y una mirada que transmitía la esencia de su cultura.

La inocencia del habitante de la selva y por supuesto su afán de colaborar en todo lo que se requería.

Neblina dentro de la selva Amazónica
Sopa de piraña en el amazonas colombiano

No habían pasado más de dos horas desde mi llegada y ya estaba almorzando en la plaza de mercado local. Un exótico caldo de piraña acompañado de fariña que es un derivado de la yuca brava, la cual se asemeja a un cereal y es usado por todos los locales para acompañar todas las comidas. El típico ají que no podía faltar, patacones de plátano verde y jugo copuazu, un fruto amazónico de la familia de los cacaos con un sabor ácido y muy aromático.

Ya para ese momento corrían las 2 de la tarde, Linder muy diligentemente me acompañó al puerto fluvial el cual se encontraba a 5 minutos caminado de la plaza de mercado.

Me embarqué en un bote con motores fuera de borda donde se transportan todos los locales.

Había muchas personas, hacía mucho calor, pero sobre todo una profunda emoción. Mi encuentro con el gran río Amazonas estaba muy cerca, tan cerca que lo podía sentir en la brisa que corría mientras el bote avanzaba al encuentro del gigante de aguas doradas.

Navegar por primera vez sobre el río más caudaloso del mundo, me ratificó algo que siempre había pensado, nada somos ante la imponencia de la naturaleza, la madre tierra ha tenido y tendrá siempre la última palabra.

Emocionado casi al punto de soltar  lágrimas, navegue por casi dos horas, testificando como las comunidades ribereñas conviven entre el río y la selva, en un encuentro armónico, respetuoso, libre de afanes, con la única premisa de vivir el día a día plenos y felices, para ellos cada día trae su propio afán.

Finalmente, cayendo la tarde arribé al PNN Amacayacu el cual se convertiría en mi hogar en la selva por los siguientes 8 años. Y como si lo vivido durante el día fuera poco, un atardecer de tonos rojizos, naranjas y grises me encontró sentado frente al gran río, con una taza de café, con una sonrisa que auténticamente me salía del alma y con la certeza que había tomado la mejor decisión de mi vida, aceptar el llamado de la selva.

Jhony Ochoa Cubillos

Jhony Ochoa en el Amazonas iniciando su aventura

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